En la presentación del
Informe sobre la Libertad Religiosa de
Ayuda a la Iglesia Necesitada,
el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, afirmó que la violencia en Nigeria
“no es un conflicto religioso [de musulmanes contra cristianos],
sino más bien social, por ejemplo, disputas entre pastores y agricultores”.
Y añadió:
“debemos reconocer que muchos musulmanes en Nigeria
son también víctimas de esta misma intolerancia.
Son grupos extremistas que no hacen distinciones en la persecución de sus objetivos”.
Estas palabras, revestidas de prudencia diplomática, son en realidad
una
herida abierta para los cristianos de Nigeria,
que ven cómo se diluye y relativiza el martirio de miles de fieles asesinados por su fe.
Boko Haram no es un “problema social”
Reducir a Boko Haram y a sus satélites (Estado Islámico en África Occidental)
a un mero fenómeno “social” de agricultores contra pastores es
falsear la realidad.
Boko Haram nació explícitamente como un movimiento
yihadista,
primero vinculado a Al Qaeda y después al ISIS, con un objetivo declarado:
imponer la sharía y erradicar el cristianismo del norte de Nigeria.
No hablamos de conflictos de ganado o de pozos de agua,
sino de
atentados suicidas en iglesias durante la Misa, aldeas cristianas arrasadas,
seminaristas y religiosas secuestrados, niñas obligadas a convertirse al islam bajo amenaza de muerte.
¿Cómo llamar a eso un problema “social”?
La verdad que gritan los obispos nigerianos
Frente a las palabras edulcoradas de Parolin,
los propios obispos de Nigeria han denunciado
una persecución religiosa sistemática contra los cristianos.
Ellos, que entierran a sus fieles, no hablan de conflictos tribales, sino de martirio.
El Vaticano, en cambio, prefiere la ambigüedad diplomática,
como si nombrar al verdugo —el islamismo radical— fuera un obstáculo para el diálogo interreligioso.
Cuando la diplomacia olvida a los mártires
No se trata de culpar al islam en general, pues millones de musulmanes son víctimas también del extremismo.
Pero
negar la motivación religiosa de Boko Haram es tapar con un velo la sangre de los mártires.
Cristo no murió por un conflicto “social”, y tampoco mueren hoy los cristianos nigerianos por disputas de tierras:
mueren porque confiesan el Nombre de Jesús.
La diplomacia vaticana podrá ganar sonrisas en las cancillerías,
pero corre el riesgo de perder la voz profética que debe recordar al mundo que, en Nigeria,
hay una auténtica Iglesia de mártires.