15-0: ¿Fraude o cansancio?, por Francisco Rodríguez y Dorothy Kronick
Brexit. El referéndum en Colombia. Trump. Y ahora en Venezuela, otro resultado electoral increíble. El 15 de octubre, en unas elecciones regionales, la muy impopular coalición gobernante ganó 17 de las 23 gobernaciones que se disputaron.
Esto ocurre a solo dos años de que la oposición derrotara de manera contundente al gobierno en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015. Pero además en medio de la peor contracción económica de la historia latinoamericana, y con la aprobación del presidente Nicolás Maduro en niveles que rondan el 20%.
Desde estos comicios, la misma pregunta resuena dentro de Venezuela y entre los que siguen los acontecimientos en ese país: ¿
cómo fue posible ese resultado?
Las respuestas, hasta ahora, se han enfocado en
los trucos del Consejo Nacional Electoral: mudar centros de votación en el último minuto, incluir a los candidatos que habían perdido en las primarias de la oposición, regalar comida cerca de las centros de votación o incluso, de un modo flagrante, recurrir a lo que todo indica que fue un fraude en el conteo de los votos en el estado Bolívar.
Estas violaciones realmente ocurrieron. Así como muchas otras, como la arbitraria programación de de la elección, o que el Consejo Nacional Electoral enviara mensajes de texto a los electores con los nombres de los candidatos oficialistas, que tuvieron consecuencias que no podemos medir con la data disponible.
Sin embargo, las maniobras del Consejo Nacional Electoral que más ha destacado la prensa independiente y que más
ha mencionado en su vocería la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), sí tuvieron efectos que podemos evaluar a partir de la evidencia.
Nuestro análisis dice que esas consecuencias mensurables de esas prácticas del CNE que han sido denunciadas apenas representan un punto porcentual de la ventaja de ocho puntos que en total presentó el gobierno sobre la alianza opositora.
Consideremos en primer lugar la reubicación de los centros de votación. Ciertamente, si se compara con la de las elecciones parlamentarias de 2015, la participación disminuyó más en los 272 centros reubicados que en los que no lo fueron (ver Gráfico 1). Sin embargo, nosotros estimamos que, si el CNE no hubiera movido esos 272 centros, la MUD hubiese tenido, aproximadamente, solo 23.000 votos más de los que obtuvo el 15 de octubre, mientras que el gobierno hubiese ganado 3.300 votos. (Ver la
data de replicación y código de este y otros ejercicios reportados en este artículo).
Esto significa que la mudanza de algunos centros de votación explica solo 0,2 puntos porcentuales de la ventaja que presentó la alianza gobernante a escala nacional (ver Tabla 1). Cambiar esos centros de lugar tampoco inclinó la balanza a favor del candidato de Maduro en ningún estado. En Miranda, el candidato de la MUD, Carlos Ocariz,
sugirió que la reubicación de centros de votación le hizo perder 88.000 votos; nosotros estimamos que le restó menos de 10.000.
Del mismo modo, algunos electores se confundieron y votaron por candidatos de la oposición que habían perdido en las primarias (pero que el CNE mantuvo deliberadamente en el tarjetón), pero estos aspirantes reunieron solo 92.105 votos a nivel nacional, aproximadamente 0,8% de los votos totales. Si sumamos esos votos nulos a los que obtuvieron los verdaderos candidatos de la MUD, el resultado no hubiese cambiado en ningún estado, salvo Bolívar.
Algunos políticos han acusado al Consejo Nacional Electoral de haber inflado los números del oficialismo
al mantener los centros de votación abiertos más allá de la hora en que debían cerrar, expulsar a los testigos de la MUD y agregar votos a favor de candidatos del gobierno. De haber sido así, uno hubiera esperado que el gobierno inflase los totales todo lo posible, produciendo niveles muy altos de participación en los centros afectados. Pero, a nivel nacional, se registraron solo 4.568 votos a favor del chavismo en las máquinas en las que hubo participación de más del 90%. Si se restan esos votos del total nacional del gobierno, la distribución general de votos solo cambia cuatro centésimas de un punto porcentual.
Lo mismo pasa con el
fraude en la totalización de votos en el estado Bolívar: el gobierno parece haberse robado esa gobernación, pero esos votos forjados solo corresponden a dos centésimas de un punto porcentual del total nacional.
Más que la reubicación de centros, la presencia en el tarjetón de candidatos que no estaban compitiendo, la posible inyección de votos o el fraude en Bolívar, el volumen de votantes fue de lejos el principal factor para que estos resultados electorales hayan sido tan distintos a los de los comicios parlamentarios de 2015. Esto se hace evidente con una simple comparación (de la que excluimos los votos de Libertador de los totales del 2015 porque no hubo elección en ese municipio capitalino el 15 de octubre).
Por supuesto, esta tabla no basta para decirnos qué tanto del desplome electoral de la MUD puede achacarse al cambio en la participación, comparado con la cifra de votantes que hubieran cambiado de opción política, y
una estimación seria de los efectos netos del cambio de preferencia política en relación con la participación está fuera del alcance de esta publicación. Pero la data proveniente de las encuestas apunta hacia algo distinto de un viraje en la lealtad política: de todos los electores opositores y “nini” que participaron en la consulta popular organizada por la MUD el 16 de julio, solo 1% pensaba votar por algún candidato de gobierno en las próximas elecciones regionales.
Es más: los resultados por centros de votación muestran que la abstención se disparó en los bastiones opositores. El Gráfico 2 muestra la diferencia en participación entre 2015 y 2017 como función del voto opositor en la elección presidencial de 2013, utilizando data de casi 14 mil centros de votación (2013 fue una elección de alta participación, por lo que nos sirve tanto como cualquier otra para determinar las orientaciones políticas predominantes en cada uno). En los sectores más opositores la abstención creció 15 puntos porcentuales más que en los oficialistas.
Un cálculo rápido a partir de estos datos sugiere que si la participación en la elección del 15 de octubre hubiese sido más parecida a la de 2015, la oposición habría ganado más de un millón de votos y el gobierno medio millón. Esto significa que la MUD habría ganado cerca de 50% del voto nacional entre las dos partes, en lugar de 46%.
En otras palabras, una vez que se toma en cuenta el cambio en la participación, la ventaja del gobierno cae de 8 puntos a 1.
La Tabla 1 resume estos resultados. Los cambios en la participación representan la mayor rte de la ventaja oficialista y las consecuencias de esto son mucho mayores que las de las maniobras del Consejo Nacional Electoral—al menos en cuanto a las que podemos medir.
Como otros han resaltado, los esfuerzos de movilización del gobierno probablemente tuvieron un rol en el cambio en la participación. En encuestas hechas antes de la elección, 71% de los consultados dijeron recibir alimentos a través de los comités CLAP, y la porción de personas que valoró la oferta alimentaria como positiva subió de 0,5% en julio del año pasado a 23% en septiembre de 2017. Esto pudiera ayudar a explicar la impresionante presencia de electores oficialistas el 15 de octubre, incluso sin tomar en cuenta la compra directa de votos ese día.
Al margen del efecto de la movilización chavista, la escasa participación opositora también tuvo un papel relevante. ¿Por qué le costó tanto a la MUD llevar electores a las mesas?
Lo primero que debemos recordar es que algunos líderes de oposición apoyaron boicotear la elección. Tal vez la voz más resonante en este coro fue la de María Corina Machado, y de hecho la abstención creció más en los centros de votación que la apoyaron en las primarias. Sobre todo, para una alianza que se había enfocado durante los últimos tres años en el cambio de régimen fue muy difícil movilizar a sus votantes en una elección regional, en la que el cambio de gobierno ni siquiera estaba sobre la mesa.
Luego están esos otros mensajes que la oposición ha estado transmitiendo. Cuando el gobierno de Trump impuso sanciones financieras sobre Venezuela, Maduro saltó de inmediato a culpar a los líderes de la oposición de haber hecho lobby para que eso pasara, y aseguró que “los que están felices con las sanciones están cavando su propia tumba política”.
Puede que haya tenido razón: 70% de los electores venezolanos que no están alineados con un partido político se oponen a las sanciones de EEUU, y la aprobación de Maduro subió 6% después de la medida, según una encuesta hecha en octubre por Datanálisis. Esa misma encuesta mostró que el rechazo a las sanciones subió 10 puntos durante la campaña para las regionales. A pesar de esto, los líderes de la oposición, de manera quijotesca, evitaron condenarlas.
El hecho de que las manifestaciones de la oposición de este año hayan sido violentamente reprimidas y que algunos de sus líderes claves fueron encarcelados ciertamente explica parte de su desventaja. Y que el CNE haya favorecido tan ostensiblemente al gobierno, desalentando activamente a los votantes opositores, inclinó el terreno de juego aún más en favor del oficialismo. En julio, las autoridades electorales destruyeron lo que quedaba de su credibilidad al anunciar que 8,1 millones de electores habían participado en la elección para la Asamblea Nacional Constituyente, una cifra que
a los mismos chavistas les costó creer.
Pero la MUD también repitió algunos de sus viejos errores: boicotear elecciones, tratar de bloquear el acceso del gobierno a recursos y -sobre todo- enfocarse en el cambio de gobierno en lugar de formular propuestas de políticas. Esta semana, la desunión a lo interno de la alianza opositora se hizo patente de nuevo cuando Henrique Capriles
amenazó con retirarse de la MUD. Como lo dijo una
popular provocadora en Twitter: “La pregunta que debe hacerse la MUD, de la cual depende todo, es ¿Por qué no somos capaces de encarnar el descontento popular?”.
Durante los meses de protesta que sacudieron al país entre abril y julio, los activistas de oposición reavivaron un eslogan que venía de las protestas de 2014: “el que se cansa pierde”. La oposición asumió el supuesto de que los hambrientos y desmoralizados partidarios del gobierno se agotarían antes que los comprometidos manifestantes por la democracia. Tal vez eso pasará eventualmente. Pero la data sugiere que no ha ocurrido todavía.
Francisco Rodríguez y Dorothy Kronick