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Deuda: las tres diferencias entre la restructuración de Néstor Kirchner y la que busca Alberto Fernández
El libro de un académico de la London School of Economics, quien reconoce influencia de trabajos de Martín Guzmán, repasa la historia de los defaults soberanos y resalta condiciones que ahora ya no están vigentes
Por Sergio Serrichio
23 de febrero de 2020
En su libro “Why not default?” (traducible como "¿Por qué no defaultear?”), Jerome Roos, académico de la prestigiosa London School of Economics (LSE) señala varias condiciones que se dieron a principios de siglo para que el gobierno de Néstor Kirchner pudiera hacer una fuerte quita de deuda en la restructuración completada en febrero de 2005 y lograr incluso así una aceptación de los tenedores del 76% del pasivo en default.
(...)
El primero, señala, fue que gran parte de esa deuda estaba en manos de acreedores y pensionistas europeos, japoneses y argentinos geográfica y jurídicamente dispersos, sin mucho conocimiento de los mercados globales y con escasa capacidad de coordinación.
(...)
Aunque el grueso de la deuda estaba bajo legislación de Nueva York, apenas 9% de los acreedores eran de EEUU, sede del principal mercado mundial de capitales, Wall Street, ya que después del megacanje de mediados de 2001 los grandes fondos y bancos de inversión se habían desprendido de los papeles argentinos. Esos grandes actores, dice Roos, más que perder en el default de 2001, ganaron en la restructuración de 2005.
(...)
El segundo factor a favor de la Argentina, sigue el autor, fue que los acreedores no recibieron casi ningún apoyo de sus gobiernos, ni del FMI ni de Estados Unidos. De hecho, enfatiza, el entonces presidente norteamericano, George W. Bush, respaldó activamente la postura agresiva del gobierno de Kirchner.
(...)
En tercer lugar, la Argentina también tuvo a favor lo que Roos define como “extraordinarias condiciones internacionales”: bajas tasas de interés, debido a la política de Reserva Federal posterior a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2011 en Washington y Nueva York y a la explosión de la burbuja de las puntocom y, más importante aún, boom del precio de los commodities, impulsado por el avasallante crecimiento de China.
(...)
¿Hasta qué punto esas condiciones se asemejan o difieren hoy en día?
En primer lugar, los acreedores ya no están dispersos ni son jubilados o pequeños ahorristas europeos o japoneses, sino grandes fondos de inversión con sede en EEUU, como Blackrock, Fideliity, Templeton, Pacific Investment Management Co (PIMCO), Ashmore y unos pocos más.
(...)
Nadie sabe con precisión cuántos bonos argentinos detentan esos fondos, pero se estima que la cifra está entre 30 y 45 % de una deuda de aproximadamente 105.000 millones a renegociar con acreedores privados.
(...)
Tal vez la principal similitud es el escenario de bajas tasas internacionales, hoy aún más marcado de lo que era en 2005, al punto que gran parte del ahorro mundial está colocado a tasas cercanas a cero o incluso negativas, fenómeno que tiende a acentuarse con la “fuga a la calidad” de las últimas semanas, debido al temor de los inversores al efecto del coronavirus.
(...)
En cambio, hay mucha diferencia en términos del ritmo de crecimiento mundial: ya ni China, epicentro del coronavirus, crece a tasas chinas, y los precios de los commodities están lejos del ciclo alcista que estaba ya lanzado en 2005 y se prolongó hasta 2013, con un fuerte pero breve respingo entre fines de 2008 y mediados de 2009, por la crisis de las hipotecas iniciada en EEUU que luego se extendió a Europa.
(...)
Por último, a diferencia de 2005, la Argentina no está en default, sino en una situación crítica por falta de financiamiento, lo que la llevó a “reperfilar” vencimientos internos y a la necesidad de restructurar su deuda externa. Pero esta vez no son los acreedores los que tienen apuro por arreglar, sino el gobierno argentino, urgido por la cortedad de reservas. Alberto Fernández no es ahora el jefe de Gabinete de un presidente que no era responsable del default que había declarado otro presidente, sino el jefe de un Gobierno que intenta evitarlo.
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Deuda: las tres diferencias entre la restructuración de Néstor Kirchner y la que busca Alberto Fernández
El libro de un académico de la London School of Economics, quien reconoce influencia de trabajos de Martín Guzmán, repasa la historia de los defaults soberanos y resalta condiciones que ahora ya no están vigentes
Por Sergio Serrichio
23 de febrero de 2020
En su libro “Why not default?” (traducible como "¿Por qué no defaultear?”), Jerome Roos, académico de la prestigiosa London School of Economics (LSE) señala varias condiciones que se dieron a principios de siglo para que el gobierno de Néstor Kirchner pudiera hacer una fuerte quita de deuda en la restructuración completada en febrero de 2005 y lograr incluso así una aceptación de los tenedores del 76% del pasivo en default.
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El primero, señala, fue que gran parte de esa deuda estaba en manos de acreedores y pensionistas europeos, japoneses y argentinos geográfica y jurídicamente dispersos, sin mucho conocimiento de los mercados globales y con escasa capacidad de coordinación.
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Aunque el grueso de la deuda estaba bajo legislación de Nueva York, apenas 9% de los acreedores eran de EEUU, sede del principal mercado mundial de capitales, Wall Street, ya que después del megacanje de mediados de 2001 los grandes fondos y bancos de inversión se habían desprendido de los papeles argentinos. Esos grandes actores, dice Roos, más que perder en el default de 2001, ganaron en la restructuración de 2005.
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El segundo factor a favor de la Argentina, sigue el autor, fue que los acreedores no recibieron casi ningún apoyo de sus gobiernos, ni del FMI ni de Estados Unidos. De hecho, enfatiza, el entonces presidente norteamericano, George W. Bush, respaldó activamente la postura agresiva del gobierno de Kirchner.
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En tercer lugar, la Argentina también tuvo a favor lo que Roos define como “extraordinarias condiciones internacionales”: bajas tasas de interés, debido a la política de Reserva Federal posterior a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2011 en Washington y Nueva York y a la explosión de la burbuja de las puntocom y, más importante aún, boom del precio de los commodities, impulsado por el avasallante crecimiento de China.
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¿Hasta qué punto esas condiciones se asemejan o difieren hoy en día?
En primer lugar, los acreedores ya no están dispersos ni son jubilados o pequeños ahorristas europeos o japoneses, sino grandes fondos de inversión con sede en EEUU, como Blackrock, Fideliity, Templeton, Pacific Investment Management Co (PIMCO), Ashmore y unos pocos más.
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Nadie sabe con precisión cuántos bonos argentinos detentan esos fondos, pero se estima que la cifra está entre 30 y 45 % de una deuda de aproximadamente 105.000 millones a renegociar con acreedores privados.
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Tal vez la principal similitud es el escenario de bajas tasas internacionales, hoy aún más marcado de lo que era en 2005, al punto que gran parte del ahorro mundial está colocado a tasas cercanas a cero o incluso negativas, fenómeno que tiende a acentuarse con la “fuga a la calidad” de las últimas semanas, debido al temor de los inversores al efecto del coronavirus.
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En cambio, hay mucha diferencia en términos del ritmo de crecimiento mundial: ya ni China, epicentro del coronavirus, crece a tasas chinas, y los precios de los commodities están lejos del ciclo alcista que estaba ya lanzado en 2005 y se prolongó hasta 2013, con un fuerte pero breve respingo entre fines de 2008 y mediados de 2009, por la crisis de las hipotecas iniciada en EEUU que luego se extendió a Europa.
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Por último, a diferencia de 2005, la Argentina no está en default, sino en una situación crítica por falta de financiamiento, lo que la llevó a “reperfilar” vencimientos internos y a la necesidad de restructurar su deuda externa. Pero esta vez no son los acreedores los que tienen apuro por arreglar, sino el gobierno argentino, urgido por la cortedad de reservas. Alberto Fernández no es ahora el jefe de Gabinete de un presidente que no era responsable del default que había declarado otro presidente, sino el jefe de un Gobierno que intenta evitarlo.
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